domingo, junio 18, 2006

padre Hurtado

calle Alameda, Santiago, Chile
Ellos eran muy jovenes, corrían los años de la dictadura, y se encontraban en la playa; no de vacaciones, sino aprendiendo a vivir en "tiempos difíciles". Formaban parte de un grupo de no menos de veinte quinceañeros, en una carpa, estudiando historia de Chile, leyendo a Marx y otros que hablaban del mundo y la justicia; cocinaban, jugaban, reían y cantaban.
Ella era pobladora, morena, menuda, de ojos negros profundos. Él, estudiante soñador, inquieto y hermoso también. Ella le reía siempre, le hacía bromas, conversaban mucho y se peleaban; les gustaba estar juntos.
La última noche, luego de los cantos en la fogata hasta muy tarde, se fueron a dormir; ella a su lado, en su saco de dormir. El se durmió rápidamente,...de súbito despertó con los labios húmedos y rozando algo suave y tibio: eran los labios de ella. Él no reaccionó, aparentemente, y se quedó como si durmiese, ...ella le beso suavemente una y otra vez, tocando tímidamente los labios de él, hasta dormirse.
Pasaron varios meses antes que fortuitamente pudieran verse; fue en una calle de la ciudad, pero no pudieron hablarse: eran los tiempos.
Tiempo después, en una avenida de la ciudad, una chica morena, menuda y de ojos negros profundos muere bajo las ruedas de un bus,... llovía...y su sangre se confundía con el agua y el rudo cemento de la calle. Al frente como mudo observador, la imagen del padre Hurtado frente al templo.
...Pasó un año y algo más, antes que él se enterá de lo sucedido. Fue en una manifestación, donde miles copaban las calles cantando y gritando ¡libertad!. Los ojos de él se llenaron de lágrimas,...una de ellas se deslizó silenciosa por su mejilla y se posó suavemente sobre sus labios, humedeciéndolos como aquella noche.